Historias encarnadas que se entrelazan en mi tiempo real y expulso a través de mi expresión: Hoy les traigo LA CEGUERA DEL PINTOR (PARTE I)

LA CEGUERA DEL PINTOR (PARTE I)

Cómo sería el mundo que conocemos sin colores?… Sería transparente?, Sería en blanco y negro?

La respuesta más cercana que tuve hace muchos años, y fue una sonrisa llena de colores de un ciego total de nacimiento, sin palabras pero con la encrucijada de no saber que contestarme.

A partir de la enfermedad que acosaba a un amigo mío, pintor reconocido en Uruguay, me conmovió profundamente, cuando un sábado al mediodía llegué antes que otros amigos pintores a su taller de Ciudad Vieja, como era costumbre, hacíamos nuestro recreo entre copas y tertulia en el Mercado del Puerto, lugar emblemático de encuentro entre múltiples restaurantes cuyas especialidades son las carnes asadas y todos los derivados que salen de vacas, cerdos y un sin fin de combinaciones más.

Abro la puerta de su pequeño Taller frente a la Plaza Zabala y lo encuentro pintando, como siempre cerca de la puerta de entrada, con una venda en sus ojos, un trapo negro envolvía su cabeza y fue muy impresionante el impacto de confusión en la que entré antes de mediar palabra con él.

Fueron segundos eternos, antes de que nos dijéramos buen día mientras mi amigo a una velocidad de vértigo, desatase la venda negra y ancha que atravesaba su cabeza.
Inmediatamente, me sonrió y con su venda negra en su mano izquierda y aún un pincel enganchado entre los dedos de su mano derecha, me dijo, «me estoy entrenando Emilio, porque estoy quedando ciego y no pienso dejar de pintar».

Lloramos juntos por unos momentos, abrazados, en silencio, como el silencio al que nos refugiamos día a día para hacer nuestro trabajo, lloramos como cada día en algún momento de emoción que sentimos los que trabajamos con sentimientos y nos metemos en el mundo propio que cada uno crea, ese mundo paralelo, fIccionado y real en el que desembarcamos cada día y no somos capaces de abandonar nunca más.

Ésta vivencia, como muchísimas más, que son parte de mi biblioteca personal, que llevo en mi adentro más profundo, son el reflejo de lo que vivimos día a día los creadores, en éstos asuntos del Arte.

Desnudar un poco nuestra cotidianidad, es acercar a quienes están sometidos a más estructuras de la labor diaria con trabajos automatizados y precisos, que también son absolutamente necesarios en nuestra vida práctica en comunidad, para que también se sepa que sin trabajo de ejecución y solamente con el pensamiento tampoco hay Arte.

El trabajo diario ininterrumpido en las áreas de las Artes, hacen al artista, solamente que trabajamos con elementos y herramientas aprendidas que no son el común denominador en la mayoría.

Desde mi refugio, desde mi cueva Taller me despido hasta la próxima publicación.

Emilio Bolinches
Montevideo / 3 de marzo de 2022